El espacio se está llenando de satélites. Cada vez hay más y no parece algo que vaya a cambiar, puesto que su presencia en órbita proporciona grandes ventajas a los científicos. Pero con una mala decisión, solo una, todos los satélites que la humanidad tiene podrían desaparecer en menos de 40 años.
Los expertos avisan en un estudio que ha sido publicado en el cual exploran las consecuencias que tendría que las grandes potencias comenzasen a destruir los satélites de sus rivales. Nadie quiere que llegue una situación como esta porque, de ocurrir, podría significar que el espacio se convertiría en un auténtico vertedero. Y eso pondría en peligro la continuidad de las misiones que permitirán a la humanidad continuar explorando la última frontera. ¿Pero y si un país toma esa mala decisión?
El recuerdo de lo ocurrido en 2021
En el año 2021 Rusia probó una de sus armas antisatélites. Los especialistas dicen que no fue la decisión más inteligente que tomó el país. Pero tampoco se puede decir que ellos fueran los primeros en hacer algo así, puesto que, tiempo atrás ya se habían hecho este tipo de pruebas por parte de otros países. El problema es que, en 2021, el panorama en órbita ya era muy distinto a como se encontraba muchos años atrás. Como decíamos, la cantidad de satélites y de elementos que hay en el espacio se multiplica y maniobrar comienza a ser realmente complicado.
Por ello, cuando Rusia probó su arma, las alarmas saltaron. En ese momento, la NASA puso en marcha sus medidas de urgencia para alertar a los miembros de la Estación Espacial Internacional de lo que estaba pasando. Podría haber ocurrido una desgracia. Otros países reaccionaron de la misma manera. China informó a sus astronautas del peligro al que estaban expuestos, pero contra el cual poco podían hacer. La explosión que se produjo generó una terrible marea de residuos y basura espacial. Esa basura comenzó a flotar y moverse por el espacio generando un auténtico caos. Si otro país volviera a usar un arma antisatélites, podría ser el final.
Previsiones poco optimistas
La explosión que se produjo en 2021 fue problemática, pero podría no haber sido nada en comparación a lo que podría ocurrir en un entorno espacial más cargado. Se cree que este suceso podría haber generado millones de residuos de pequeño tamaño y lo que sí se contabilizaron fueron 1500 fragmentos que tenían un tamaño considerable: superior a los 10 cm.
En el estudio que han publicado los españoles José L. Torres y Anelí Bongers en Defence and Peace Economics, hablan de lo catastrófico que sería que se siguieran haciendo pruebas de armas antisatélites a la vista de que, en la actualidad, ya hay en el espacio más de 6.000 satélites. Dicen que cualquier resto de una explosión que tenga un tamaño superior a un centímetro ya es capaz de provocar una colisión. Imaginemos eso aplicado a miles y miles de fragmentos y nos dejará en una situación en la que los satélites podrían acabar destruidos dentro de un terrible efecto dominó. Esto, en realidad, tiene nombre. Se trata del síndrome Kessler, el cual pronostica que el uso de una de estas armas haría que todos los satélites quedasen destruidos en un periodo de 40 años.
Por eso, los gobiernos han prohibido el uso de armas en el espacio y están intentando que ningún país tome de nuevo la decisión de usar un arma antisatélites. El problema es que, estas armas, se utilizan desde la Tierra, por lo que controlarlas resulta más complicado. Aunque hoy día no aparece en la agenda de ningún gobierno, se cree que alguno podría desencadenar una «matanza de satélites enemigos» si se llegan a producir hostilidades en la Tierra. Porque así podrían reducir de forma notable la capacidad de ataque y defensa de sus rivales. Pero, en el proceso, es obvio que también acabarían reduciendo sus posibilidades de éxito.
Como dicen en el estudio, si se produce ese tipo de situación, «la órbita cercana a la Tierra se volvería completamente inútil para todas las iniciativas de la humanidad». Así que queda muy claro que sería una de las peores decisiones que podrían tomar los gobiernos. Por ello, se cruzan los dedos y se espera que se dejen los satélites en paz. Aunque la fragilidad de la situación y la falta de confianza en los gobiernos, no invita precisamente al optimismo.