Las condiciones que pueden soportar estos organismos permiten detectar cuáles podrían habitar determinados planetas. Este conocimiento nos permitiría en el futuro, saber cómo localizarlos en los entornos más inhóspitos.
A la sola mención de la palabra microbios, rápidamente pensamos en el váter, la encimera de la cocina, el teclado y hasta el móvil. Pero si bien están en todas partes (y esto puede causar aún más desasosiego) la realidad es que son imprescindibles. En términos biológicos, los microbios son organismos unicelulares como las bacterias y las arqueas y ayudan a mantener la vida en la Tierra. Así de claro. Impulsan los ciclos de nutrientes, descomponen la materia orgánica y los productos químicos y producen oxígeno. Vale, también pueden causar infecciones, pero la gran mayoría son “buenos”. Comprender estas comunidades invisibles pero indispensables puede ayudar a los científicos a descubrir los orígenes de la vida en la Tierra (los registros fósiles más antiguos, que datan de 3500 millones de años, son rastros de microbios) y servir como guía para encontrar vida en otros planetas.
Uno de los expertos que está recorriendo este último camino, a la caza y captura de lo que podríamos llamar Guía del microbio extraterrestre, es Jeffrey J. Marlow, biólogo de la Universidad de Boston. Su trabajo le a llevado al volcán islandés Fagradalsfjall cuando erupcionó después de 781 años de inactividad. Allí recolectó muestras de lava volcánica para evaluar cuanto tardarían las bacterias en poblarla.
“Los microbios son los principales químicos del mundo – explica Marlow –, y cuando trabajamos con ellos, podemos lograr hazañas realmente espectaculares. Si no fuera por un descubrimiento de 1966, no tendríamos pruebas de COVID-19, que usan una enzima descubierta por en un microorganismo resistente al calor que se encuentra en un lago de Yellowstone”.
Unas semanas después de su viaje a Islandia y de colaborar allí con el proyecto RAVEN de la NASA, Marlow se fue al extremo opuesto: 5.000 metros de profundidad a bordo del sumergible Alvin. Allí también recolectó muestras de un área en medio del océano donde dos placas tectónicas se están separando lentamente y el material está saliendo a borbotones desde el interior, convirtiéndolo en un punto caliente de fumarolas hidrotermales, básicamente volcanes submarinos.
El catálogo de los extremos
Lo que está haciendo Marlow (y otros científicos del planeta) es construir una biblioteca con microbios que se encuentran en ambientes extremos y usarlos como modelos para encontrar vida unicelular en otros planetas y lunas, ya que los desiertos, los volcanes y las fumarolas del fondo marino son los lugares más análogos que tenemos a Marte y la luna más grande de Saturno, Titán.
Claro que no hay organismos que puedan vivir a temperaturas por encima de los 300º o prosperar cuando la radiación es mil veces mayor que la que mataría a un ser humano… ¿O sí? Pues aquí es cuando entran los microbios que más tientan a Marlow: los extremófilos.

Vamos con algunos ejemplos. En la esquina de las altas temperaturas tenemos a bacterias del género Aquifex. Viven en aguas termales en el Parque Nacional de Yellowstone, donde las temperaturas pueden alcanzar los 96º C. Aunque el récord es de las Methanopyrus kandleri, una bacteria capaz de sobrevivir a 122ºC. En la esquina opuesta están los microbios psicrófilos, a los que le va el frío. Pero no uno de me pongo la rebequita: el Panagrolaimus davidi vive en la Antártida y puede soportar temperaturas de hasta -80 °C.
Otras especies extremas demuestran su valía al soportar intensas cantidades de radiación… dejando para el arrastre el mito de las cucarachas y las bombas nucleares. La bacteria Deinococcus radiodurans puede sobrevivir a una dosis de radiación de 15.000 grays. Para darnos una idea bastarían 10 grays para matarnos y con más de mil ya muere una cucaracha.
Y en el mundo submarino tenemos aquellas que viven sin luz, al borde de las chimeneas hidrotermales que lanzan agua a una temperatura de 315ºC. Allí, de algún modo, prosperan ciertos tipos de arqueas que han desarrollado una alternativa única llamada quimiosíntesis: un medio para convertir el sulfuro de hidrógeno inorgánico disuelto en las rocas en alimento.
Y, por último, está la acidez y la alcalinidad. Cuando se trata de acidez versus alcalinidad, la mayoría de los mamíferos somos débiles. En la escala de pH, 7 es neutral. Cuanto menor sea el número, más ácido; cuanto más alto, más alcalino. La sangre humana tiene que permanecer entre 6,8 y 7,8 para sustentar la vida. Pero los microbios no entienden mucho de estas reglas. Marlow explica que hay microbios increíblemente diminutos que viven cómodamente a un nivel de pH tan bajo como 0,5, el equivalente al ácido de una batería. Y hay aquellos que viven tan a gustito en entornos con un pH de alrededor de 10 (equivalente a un desatascador industrial). Y tan felices que se los ve. Si estos microbios logran sobrevivir en condiciones tan extremas en la Tierra, ¿por qué no podrían hacer lo mismo en otros planetas con entornos similares?