Si bien se supone que el frío ayuda a conservar los alimentos durante largos periodos, a veces las bacterias que provocan ciertos aromas que nos gustan, también son responsables de otros que nos producen desagrado. ¿Por qué ocurre esto?
No es algo extraño. Abres al congelador y, confiando en que el hielo ha hecho su trabajo y mantiene todo en estado de congelación (incluso los olores) la realidad es que hay un aroma que casi casi tiene presencia física. ¿De dónde viene y qué se puede hacer para solucionar el problema?
Hay varias causas de los malos olores que provienen de tu congelador. Por lo general, los culpables son los microbios: bacterias, levaduras y mohos. Aunque un congelador ralentiza drásticamente el crecimiento de la mayoría de los microbios involucrados en la descomposición, están aquellos que se encuentran muy a gusto si la temperatura sube por encima de -18 ℃ (la temperatura recomendada del congelador). Esto puede suceder si se corta la luz o si pasamos un alimento aún caliente directamente al congelador. De acuerdo con un artículo publicado por Enzo Palombo y Rosalie Hocking de la Universidad Tecnológica de Swinburne, los alimentos que se derraman le dan una oportunidad a los microbios para producir estos olores. Algunos buenos y otros no tan agradables… pero todos con la misma causa detrás.
Cuando el aroma de las grasas y los sabores que forman parte del alimento, conocidos como compuestos orgánicos volátiles (COV) se liberan, nos sentimos seducidos por ellos. Pero cuando estos COV son producidos por bacterias es cuando llega el problema, uno vinculado a la fermentación. A veces “contaminamos” los alimentos con bacterias a propósito: como ocurre con el queso. Pero otras, mediante las condiciones ambientales favorecemos el crecimiento descontrolado provocado por microbios que pueden causar enfermedades.
Así cambia la comida cuando la congelas
Congelar un alimento provoca cambios físicos en ellos. Cuando el agua de los alimentos se congela, las moléculas orgánicas se concentran y expulsan ciertos compuestos. Si estos son volátiles, se mueven por el congelador y se adhieren a las paredes o a los recipientes de otros alimentos. A esto hay que sumarle que la mayoría de los congeladores suelen estar conectados a la nevera, lo que hace que los olores de un sitio pasen al otro y viceversa.
De acuerdo con Palombo y Hocking hay algunas medidas que se pueden tomar para evitar los malos olores. Si el congelador ya tiene olor, una técnica sencilla para identificar a los culpables es buscar “quemaduras por congelación”: cambios de color en la superficie de un alimento. Si tiene cristales de hielo, también es muy probable que sea el responsable del “perfume”. Lo mismo es válido para la nevera: no sirve de nada tener el congelador limpio si luego llegarán al congelador compuestos provenientes de la comida fresca.
Una vez desechados los alimentos en mal estado, hay que limpiar el congelador con agua templada y jabón o una mezcla de dos cucharadas de bicarbonato de sodio con agua templada. Luego es necesario dejar secar fuera las bandejas y rejillas antes de volverlas a llevar al congelador. Si los olores no se eliminan con estos pasos, quizás sea necesaria una limpieza más profunda, lo que puede implicar apagar la unidad y dejar que «respire» durante unos días.
Colocar un poco de bicarbonato de sodio dentro del congelador antes de agregar alimentos puede ayudar a absorber los olores residuales. Lo mismo con limones abiertos. Para evitar este tipo de situaciones, lo recomendables es cerrar los alimentos de forma hermética y usar, si es posible, vidrio en lugar de plástico. Pero aún así cada alimento tiene un tiempo límite de congelación y no es el mismo para todos. Dejar alimentos que forman cristales (como sopas, caldos, aquellos con gran cantidad de agua) al lado de otros con menor humedad, facilita la contaminación.
En resumen, aunque creemos que los congeladores mantienen las cosas «frescas», los microbios aún pueden proliferar allí. Hay que asegurarse de limpiar el congelador de vez en cuando para mantener los alimentos seguros y saludables. O al menos sin malos olores.