Santander me bloqueó la tarjeta y la solución fue un desastre: esto es lo que aprendí

Cambiar de móvil debería ser una experiencia sencilla, casi automática en estos tiempos. Lo que yo no sabía era que un simple traspaso de datos de un terminal a otro iba a terminar en una cena en Madrid en la que no podía pagar la cuenta, con todo lo que supone eso.
Eso fue lo que me ocurrió el este pasado fin de semana. El viernes renové mi iPhone y, como es habitual, instalé de nuevo la app del Banco Santander, y ahí fue donde empezaron los problemas. Y todo por confiar en que las cosas funcionarían como siempre.
Banco Santander me ha sorprendido para mal
Tras descargar la app de Santander en el nuevo iPhone, quise acceder con mi clave habitual, pero algo iba mal. La aplicación decía que la clave era incorrecta. Probé una vez. Nada. Probé otra. Lo mismo. Y al tercer intento fallido, el acceso quedó bloqueado. Mal empezamos. Pero la cosa solo podía mejorar… o eso pensaba. Para recuperar la clave de acceso, el sistema me pedía introducir el PIN de mi tarjeta. Hasta ahí, todo bien, ya que tenía el PIN apuntado y lo había usado esa misma mañana en un cajero sin problema alguno. Así que lo introduzco. Me da error tres veces y como resultado, la tarjeta se bloqueó (sin aviso).
Hasta ese momento pensaba que el problema era mío, que quizá había apuntado mal el PIN o que me estaba equivocando. Pero recordé que esa misma mañana había sacado dinero con esa misma tarjeta. El cajero me lo aceptó sin problemas. Entonces, ¿qué había pasado? ¿Un fallo de la app? Lo cierto es que no lo sé. Y lo peor es que nadie me avisó de que mi tarjeta había quedado bloqueada. Ni un aviso, ni una notificación, ni un SMS. Nada.
El problema no tardó en hacerse real. Estaba en Madrid, un sábado por la noche, cenando con amigos. Al pedir la cuenta, saco la tarjeta, voy a pagar y me da error. La transacción fue rechazada. Probé de nuevo y nada. Avergonzado, tuve que pedir a un amigo que pagara por mí. La tarjeta estaba bloqueada, pero yo no lo sabía hasta ese momento. Así que toca llamar al servicio de atención al cliente, la Superlínea de Santander. Por suerte, el trato fue bueno, pero las soluciones no tanto.
Primero, lograron cambiarme la clave de acceso para que al menos pudiera volver a entrar a la app. Ya era un avance, pero seguía sin poder operar y faltaba por resolver el problema más importante: desbloquear la tarjeta. Para ello, necesitaba usar Santander Key, la firma digital del banco. ¿Y cuál era el problema? Que al tratarse de un nuevo iPhone, Santander Key no estaba activo. Y para activarlo, necesitaba que la tarjeta estuviera operativa. Un bucle imposible: no podía activar Key sin tarjeta, pero tampoco podía desbloquear la tarjeta sin Key.
Ante este problema que ya pintaba muy mal, me ofrecieron dos soluciones, por llamarlas de alguna manera. Por un lado, ir el lunes a una oficina de Santander para que allí me desbloquearan la tarjeta. Eso implicaba esperar dos días sin poder pagar, interrumpir mi trabajo y perder productividad. Todo por un error que, insisto, no fue mío. La segunda opción era cancelar la tarjeta y emitir una nueva. No había más.
Opté por la segunda. Me generaron una tarjeta virtual y me avisaron de que, si quería recibirla físicamente, debía esperar 24 horas para poder pagar con ella. Pero ya me daba igual. Necesitaba una solución en ese momento y no podía esperar más. Activé la tarjeta en el móvil y comencé a usarla. Porque no me quedaba otra.
Lo más preocupante de todo no fue solo el bloqueo, sino que en ningún momento fui advertido de lo que estaba ocurriendo. Me enteré del bloqueo justo cuando más necesitaba la tarjeta. Y aunque el trato por parte de los agentes de atención fue correcto y profesional, el sistema en sí está mal diseñado. No puede ser que el desbloqueo de una tarjeta dependa de un proceso que a su vez requiere de algo que no puedes activar porque está todo bloqueado. No tiene sentido.
¿Y qué he aprendido? Pues que los peores errores son los que no esperamos, y que en pleno 2025 todavía estamos anclados a procesos bancarias realmente nefastos, que no se adaptan a la tecnología que tenemos hoy en día.