Pantallas, ondas y estrés: así está afectando la tecnología a tu salud (o no)

Vivimos rodeados de pantallas, notificaciones, redes sociales, inteligencia artificial y dispositivos que nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. De hecho, hay muchos con los que incluso dormimos. La tecnología ha transformado por completo nuestras vidas, cómo nos comunicamos y cómo trabajamos.
Sin embargo, cada vez que alguien menciona sus posibles efectos sobre la salud, el debate vuelve a encenderse. ¿Nos está dañando de verdad? ¿Estamos ante un detonante para la salud mental y física? La respuesta, de momento, no es clara, y esto, lejos de ser tranquilizador, es precisamente lo que más preocupa a los expertos.
¿La tecnología es realmente perjudicial?
El mayor problema es que la tecnología avanza a un ritmo brutal, mientras que la ciencia que debería analizar sus efectos apenas puede seguirle el paso. Cada día se presentan nuevos dispositivos, se introducen algoritmos más sofisticados, las redes sociales son más adictivas y se añaden funciones que cambian todo. Y mientras los desarrolladores lanzan actualizaciones casi a diario, los investigadores necesitan años para diseñar un estudio riguroso, ejecutarlo, analizar los resultados y publicarlos. Hay una diferencia temporal enorme y eso es un gran problema.
Algunos estudios relacionan el uso intensivo de redes sociales y los problemas de salud mental, especialmente entre adolescentes. Otros minimizan estos riesgos y afirman que esta relación no implica que sea la causa. Y mientras los estudios no arrojan a la ciudadanía nada claro, los efectos ya comienzan a verse, con cuadros de ansiedad, insomnio, dificultades para concentrarse, ciberacoso, dependencia de las redes sociales, y más. La lista de síntomas es infinita.
Por ejemplo, un análisis publicado en The Lancet Digital Health en febrero de este año, que revisó 50 estudios con más de 200.000 adolescentes europeos, encontró una correlación significativa entre el uso de redes sociales superior a 3 horas diarias y un aumento del 25% en los síntomas de ansiedad reportados. No obstante, investigadores de la Universidad de Stanford, en un estudio longitudinal presentado en la Conference on Human Factors in Computing Systems, matizan que factores como el entorno socioeconómico y el tipo de contenido consumido son cruciales para determinar si esta relación es causal o una mera correlación.

El problema no solo apunta a la ciencia, sino también a la economía. Las grandes empresas tecnológicas tienen pocos incentivos para colaborar en investigaciones que podrían perjudicar su negocio, ya que dependen precisamente de maximizar el tiempo que pasamos enganchados a sus plataformas. No es casualidad que muchos de los ejecutivos de Silicon Valley limiten estrictamente el uso de pantallas a sus propios hijos. Ellos saben mejor que nadie lo adictivas que pueden ser sus aplicaciones o dispositivos.
¿Qué debe hacer la ciencia y las grandes tecnológicas?
Los expertos propones incorporar indicadores sobre los efectos de la tecnología en las estadísticas oficiales, incluyendo desde los certificados de defunción hasta los informes de accidentes o violencia de doméstica. Así, tendremos datos mucho más sólidos sobre cómo afecta la vida digital en nuestra salud y en nuestras relaciones sociales.
Otro de los objetivos debería ser el de acelerar los experimentos en este campo, con estudios sobre los hábitos de sueño, el uso de pantallas o el impacto emocional de la tecnología en nuestras vidas. Por ejemplo, analizar qué ocurre cuando un grupo de familias quita los móviles de las habitaciones de sus hijos por la noche durante un tiempo. Estos experimentos prácticos, bien diseñados, podrían ofrecer resultados mucho más rápidos y útiles para orientar políticas públicas.

Por tanto, todo debería ir encaminado hacia lograr una tecnología más segura y sobre la que el usuario tenga pleno conocimiento, como pasa con otros productos claramente nocivos, como el tabaco. Es por eso que la ciencia está planteando crear una especie de listas que informen de los peligros a los que se expone el usuario con el uso prolongado de la tecnología. Sí, como los mensajes que aparecen en las cajas de cigarros.
Al mismo tiempo, los gobiernos y los reguladores deben asumir el papel clave que tienen, y exigir a las plataformas más transparencia sobre sus datos internos y cómo afectan a los usuarios. En 2025, todavía estamos tomando decisiones importantes sin disponer de toda la información. Y cuanto más tiempo pase, más difícil será deshacer los daños si finalmente se confirma que ciertos usos tecnológicos son nocivos.
El futuro de la salud mental de millones de personas, especialmente de las nuevas generaciones, puede depender de lo que hagamos ahora mismo. No se trata de prohibir el progreso, sino de acompañarlo con la responsabilidad que merece.